Traías por el pasillo
bajo un manto de luz
y motas de polvo
una naranja entre los dedos.
Traías los ojos pegados
que vistes por las mañanas,
la sonrisa blanca
y un millón de pájaros revolviéndote el pelo.
Separaste una silla
y te sentaste descalza
a mi lado,
posaste la naranja y un cuchillo
sobre la mesa,
sobre la funda de plástico,
sobre el mantel desgastado.
Cuchillo de punta redonda
y mango blanco
que no corta mas
que la paciencia de sus amos.
Cuchillo que marca a trazos
en la piel de la naranja
la sinfonía geométrica
que ordena los astros.
Separaste el rompecabezas de su piel,
lo separaste a cachos
y mordiste como un lobo la dulce carne
que sangraba
escapando por tus labios,
te chupabas los dedos sin remordimientos,
sonreías devorando.
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