Es difícil resistir la tentación
de coser con aguja e hilo
de suave seda roja
mi piel a tu piel.
Y que los gritos de sangre
que explotan
rompan las blancas olas
cuando flotamos panza arriba
donde no hay pie.
Es difícil esclavizar las lágrimas
si disparo una mirada
furtiva a tu cadera
mientras te alejas por el pasillo
desnudando la oscura jungla
de tu cuello
como un claro en la ladera.
Es difícil quedarse donde hay que estar
en los primeros días de primavera,
leer tu libro
y reconocer a ese viejo enemigo
casi olvidado
que a lo lejos,
sentado,
me espera.
Desnudo,
tiritando
y embrujado,
gracias a Dios
y al dolor,
ya no soy el que era.
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